Alí Ramón
Rojas Olaya
Colectivo
114
Gerente
General del Fondo Cultural del ALBA
“Una revolución para que sea
irreversible debe ser cultural”. Esta máxima revolucionaria es el axioma
genético de cualquier transformación profundamente social tal y como lo es la
Revolución Bolivariana que tuvo el 10 de enero del año 2013 uno de sus puntos
máximos cuando el poder popular se juramentó, en ausencia de su máximo líder
por razones médicas, como presidente constitucional de la República Bolivariana
de Venezuela. Ese día Venezuela transitó de la cultura de la resistencia a la
ofensiva cultural que tiene en los poderes creadores del pueblo su estandarte
por excelencia. Esta cultura que lucha tenazmente contra la contracultura, es
decir, contra la cultura hegemónica capitalista subdesarrollante que transgrede
las raíces de los pueblos, es un inmenso árbol de tres raíces del cual se
desprenden cinco ramas: las tres raíces son: Simón Bolívar, Simón Rodríguez y
Ezequiel Zamora, el tronco es Hugo Chávez y las cinco ramas son los cinco
objetivos históricos. Este árbol; que es radicalmente opuesto a la
“civilización” impuesta por Domingo Faustino Sarmiento y Jorge Isaacs, entre
otros; tiene en la “Carta de Jamaica” y el “Discurso de Angostura” de Simón
Bolívar, “Defensa de Bolívar”, “Sociedades Americanas” y “Luces y virtudes
sociales” de Simón Rodríguez y “Alocución a la poesía” de Andrés Bello, la
inauguración de la independencia cultural de Nuestra América. Sobre esto dice
el escritor cubano Roberto Fernández Retamar, Premio Alba 2008, “Cuando
Sarmiento y pensadores como él propusieron la imposición de la «civilización»,
lo que hicieron fue sencillamente convertirse en escuderos de la explotación
ejercida por los países subdesarrollantes. Pero no fueron así todos los pensadores
latinoamericanos. No fue en absoluto, por ejemplo, el caso de Bolívar”.
La cultura chavista es la cultura
del Alba, la anfictiónica, la auténticamente americana y original, la viviente,
la liberadora, tal y como lo expresa el escritor venezolano Luis Britto García,
Premio Alba 2010, “Americana, hija de nuestra
contradictoria fusión histórica había de ser nuestra cultura. Original, vale
decir única y novedosa en sus valores y soluciones. Viviente, como proceso
continuo surgido de la totalidad del pueblo y de su cotidiana experiencia.
Crítica, nacida de la incesante destrucción de lo caduco. Liberadora,
instrumento de ruptura del orden de la dependencia impuesto en lo internacional
y de la estratificación clasista implantada en el orden interno”.
Esta lucha tenaz y a la vez desigual entre cultura y contracultura es,
en palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano, Premio Alba 2012, “es una suerte de exorcismo
colectivo de los viejos demonios. Y de algunos nuevos también. Uno de los que
dejó la herencia colonial fue la cultura de la impotencia, que te mete la idea
en la cabeza de que ‘no se puede’. Y eso vale para los países pobres y para los
ricos. Porque Venezuela es un país objetivamente rico, tiene petróleo, pero
tiene metido adentro ese concepto de la impotencia contra el que ahora se
intenta luchar. Es difícil, porque la cultura del petróleo te entrena para
comprar y no para crear. Te entrenan con la idea de que no hay que tomarse el
trabajo de crear las cosas si se las puede consumir comprando. Es la cultura de
consumo, no de creación. Nace de la cultura de la impotencia, que es la peor de
las herencias coloniales. Te enseña a no pensar con tu cabeza, a no sentir con
tu propio corazón, y a no moverte con tus propias piernas. Te entrena para
andar en silla de ruedas, para repetir ideas ajenas y para experimentar
emociones que no son las tuyas”.
Esta
cultura de consumo tiene en la industria cultural una potente herramienta.
Cuando los sociólogos alemanes de la Escuela de Frankfurt Theodor Adorno y Max
Horkheimer desarrollaron el concepto de industria cultural se referían a la
capacidad de la economía capitalista, una vez desarrollados ciertos medios
técnicos, para producir bienes culturales en forma masiva. Es decir, industria
cultural es el sector de la economía que se desarrolla en torno a bienes
culturales tales como el arte, el entretenimiento, el diseño, la arquitectura,
la publicidad, la gastronomía y el turismo. Este concepto es acuñado en el
artículo "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de
masas", escrito por ambos entre 1944 y 1947, y publicado en el libro
"Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos" conocido
también, dependiendo de la traducción del alemán, como "Dialéctica del
Iluminismo". En la Revolución Bolivariana y en los países donde se forjan
importantes transformaciones sociales debemos entender que debemos hablar de la
capacidad de la economía socialista, una vez desarrollados ciertos medios
técnicos, para producir bienes culturales en forma masiva.
El
escritor uruguayo Mario Benedetti, Premio Alba 2007, al respecto explica que
“La cultura de dominación tiende al privilegio, a construir élites. Así como el
capitalismo propone el poder desmesurado con base en el dinero, en la cultura
burguesa se propone el renombre desmesurado con base en el talento individual,
convenientemente apuntalado con la propaganda, y sobre todo el talento que,
aunque revolucione el estilo, no contribuya a revolucionar el orden existente”.
La
cultura chavista, es, en palabras de Frei Betto, Premio Alba 2009, “la cultura
latinoamericana, mestiza, mulata, hecha de nuestras raíces ibéricas, indígenas
y negras. Por eso tiene sentido hablar, aquí, de realismo mágico. En América
Latina subvertimos las categorías cartesianas, pues nuestra lógica mezcla
realidad y utopía, concretud y sueño, geometría y barroco. Esta es la riqueza y
singularidad de nuestro patrimonio cultural”. Explica este teólogo de la
liberación brasileño que “Libros como “Cien Años de Soledad”, de García
Márquez, y “Grande Sertão: Veredas”, de Joao Guimarães Rosa, jamás podrían ser
escritos en Europa. Mientras Europa cultiva su pasado, aquí somos cultivadores
del futuro. Nuestra nostalgia no es del pasado, es del futuro. La resistencia
cultural no debe ser contra lo bueno que hay en el arte, en la literatura, la
arquitectura, la filosofía. Pero sí debe hacerse contra esa industria made in
USA del entretenimiento, que mcdonaldiza la cultura, con producciones de muy
baja calidad, sin ningún sentido. Debemos oponer resistencia a la
“hamburguerización” de la cultura, no a las producciones que son universales”.
La labor de Chávez fue darle
continuidad a la obra integracionista de Bolívar, esa que no pudo concretar
Rafael Urdaneta, ni Ezequiel Zamora en Venezuela, ni Augusto César Sandino, ni
Francisco Morazán en el centro del continente. Este sueño anfictiónico tenía su
base en la cultura. Por eso, dice el historiador venezolano José Gregorio
Linares, “estamos convencidos de que Nuestra América es el espacio de la
creatividad y la esperanza. Acá se están fraguando arrolladoras fuerzas
liberadoras. Entre nuestros pueblos germina radiante una semilla que ha sido
abonada con nuestra propia tierra. Somos un árbol de muchas ramas que se nutre
de la savia de nuestros saberes originarios y de la cultura de la resistencia.
Nuestras revoluciones no son frutos trasplantados de otras latitudes ni se
orientan hacia cielos que no son nuestros. Andamos nuestros propios caminos y
nuestras huellas dejan un rastro genuino. Nos alumbra el sol del universo que
es para todas y todos, pero la fortaleza nos viene de nuestra gente, de la
historia propia. Hemos aprendido de nuestra experiencia, con todo lo que ella
tiene de tragedia y de lágrimas, pero con todo lo que tiene, también, de
heroísmo y ternura”.
La cultura chavista es el
ejercicio profundo de la identidad nuestroamericana, ella irrumpe con su canto,
su música, su danza, su cine, su literatura, su artesanía, sus sabores, su
ciencia, su tecnología popular, su pedagogía. Esta cultura la sintetiza Conny
Méndez cuando nos cuenta “hay una punt’e ganao que viene desde la sabana, el
llanero encapotao cantando la va llevando porque hasta el buey te lo entiende
si se lo dices cantando. La lavandera en el río y el jardinero regando, el
albañil en su andamio todos cantan trabajando, los muchachos de mi pueblo todo
el día andan silbando. Ya por el mundo se dice Venezuela habla cantando”.
Muchas gracias.
Ponencia
en el III Congreso Nacional de Cultura celebrado en Caracas del 1° al 5 de
octubre de 2014
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