jueves, 11 de diciembre de 2014

Putin: un discurso histórico

Atilio Boron

ALAI AMLATINA, 26/11/2014.-  Hay discursos que sintetizan una época. El
que pronunciara Winston Churchill en el Westminster College, en
Missouri, en marzo de 1946 es uno de ellos. Allí popularizó la expresión
“cortina de hierro” para caracterizar a la política de la Unión
Soviética en Europa y, según algunos historiadores, marcó con esa frase
el inicio de la Guerra Fría. Antes, en abril de 1917, un breve discurso
de Lenin al llegar de su exilio suizo a la Estación Finlandia de San
Petersburgo anunciaba, ante la sorpresa de su entusiasta audiencia
animada por los acordes de La Marsellesa, que la humanidad estaba
pariendo una nueva etapa histórica, pronóstico que habría de confirmarse
en Octubre con el triunfo de la Revolución Rusa. En Nuestra América, un
papel semejante cumplió “La historia me absolverá”, el célebre alegato
con el que, en 1953, el joven Fidel Castro Ruz se defendió de las
acusaciones del dictador cubano Fulgencio Batista por el asalto al
Cuartel Moncada.

En esta línea habría que agregar el discurso pronunciado por Vladimir
Putin el 24 de octubre de este año en el marco del XIº Encuentro
Internacional de Valdai, una asociación de políticos, intelectuales y
gobernantes que anualmente se reúnen para discutir sobre la problemática
rusa y, en esta ocasión, la preocupante situación mundial. [1] Las tres
horas insumidas por el discurso de Putin y su amplio intercambio de
opiniones con algunas personalidades de la política europea -entre ellos
el ex primer ministro de Francia, Dominique de Villepin y el ex
canciller de Austria Wolfgang Schuessel- o con académicos de primer
nivel, como el gran biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, fue
convenientemente ignorado por la prensa dominante. El líder ruso habló
claro, sin medias tintas y abandonando de partida el lenguaje
diplomático. Es más, al inicio de su discurso recordó la frase de uno de
ellos que decía que “los diplomáticos tienen lenguas para no decir la
verdad” y que él estaba allí para expresar sus opiniones de manera
franca y dura para, como ocurriera después, confrontarlas con las de sus
incisivos interlocutores a quienes también les hizo unas cuantas
preguntas. Discurso ignorado, decíamos, porque en él se traza un
diagnóstico realista y privado de cualquier eufemismo para denunciar el
aparentemente incontenible deterioro del orden mundial y los diferentes
grados de responsabilidad que les cabe a los principales actores del
sistema. Como de eso no se debe hablar, y como el mundo tiene un líder
confiable y eficaz en los Estados Unidos piezas oratorias como las de
Putin merecen ser silenciadas sin más trámites. Un breve comentario en
el New York Times al día siguiente, con énfasis en algunos pasajes
escogidos con escandalosa subjetividad; algunas notas más con las mismas
características en el Washington Post y eso fue todo. El eco de ese
discurso en América Latina, donde la prensa en todas sus variantes está
fuertemente controlada por intereses norteamericanos, fue inaudible. Por
contraposición, cualquier discurso de un ocupante de la Casa Blanca que
asegure que su país es una nación “excepcional” o “indispensable”, o que
difame a líderes o gobiernos que no caen de rodillas ante el mandato
estadounidense corre mucha mejor suerte y encuentra amplísima difusión
en los medios del “mundo libre”.

¿Qué dijo Putin en su intervención? Imposible reseñar en pocas páginas
su discurso y las respuestas a los cuestionamientos hechos por los
participantes. Pero, con el ánimo de estimular una lectura de ese
documento resumiríamos algunas de sus tesis como sigue a continuación.
Primero, ratificó sin pelos en la lengua que el sistema internacional
atraviesa una profunda crisis y que contrariamente a relatos
autocomplacientes -que en Occidente minimizan los desafíos del momento-
la seguridad colectiva está en muy serio peligro y que el mundo se
encamina hacia un caos global. Opositores políticos quemados vivos en el
sótano del Partido de las Regiones por las hordas neonazis que se
apoderaron del gobierno en Ucrania, el derribo del vuelo MH17 de Malasya
Airlines por parte de la aviación ucraniana y el Estado Islámico
decapitando prisioneros y blandiendo sus cabezas por la Internet son
algunos de los síntomas más aberrantes de lo que según un
internacionalista norteamericano, Richard N. Haass, es la descomposición
del sistema internacional que otros, situados en una postura teórica y
política alternativa, como Samir Amin, Immanuel Wallerstein, Chalmers
Johnson y Pepe Escobar, prefieren denominar “imperio del caos.” Esta
ominosa realidad no se puede ocultar con bellos discursos y con los
trucos publicitarios a los cuales son tan afectos Washington y sus
aliados. El desafío es gravísimo y sólo podrá ser exitosamente
enfrentado mediante la cooperación internacional, sin hegemonismos de
ningún tipo.

Segundo, en su exposición Putin aportó un detallado análisis del
decadente itinerario transitado desde la posguerra hasta el fin de la
Guerra Fría, el surgimiento del fugaz unipolarismo norteamericano y, en
su curva descendente después del 11-S, las tentativas de mantener al
actual (des)orden internacional por la fuerza o el chantaje de las
sanciones económicas como las aplicadas en contra de Cuba por más de
medio siglo, Irak, Irán, Corea del Norte, Siria, Costa de Marfil y ahora
Rusia. Un orden que se cae a pedazos y, como lo anunciaba el título del
Encuentro, que se debate entre la creación de nuevas reglas o la suicida
aceptación de la fuerza bruta como único principio organizador del
sistema internacional. De hecho nos hallamos ante un mundo sin reglas o
con reglas que existen pero que son pisoteadas por los actores más
poderosos del sistema, comenzando por Estados Unidos y sus aliados, que
dan por desahuciada a las Naciones Unidas sin proponer nada a cambio. La
Carta de las Naciones Unidas y las decisiones del Consejo de Seguridad
son violadas, según Putin, por el autoproclamado líder del mundo libre
con la complicidad de sus amigos creando así una peligrosa “anomia
legal” que se convierte en campo fértil para el terrorismo, la piratería
y las actividades de mercenarios que ora sirven a uno y luego acuden a
prestar sus servicios a quien le ofrece la mejor paga. Lo ocurrido con
el Estado Islámico es paradigmático en este sentido.

Tercero, Putin recordó que las transiciones en el orden mundial “por
regla general fueron acompañadas si no por una guerra global por una
cadena de intensos conflictos de carácter local.” Si hay algo que se
puede rescatar del período de la posguerra fue la voluntad de llegar a
acuerdos y de evitar hasta donde fuese posible las confrontaciones
armadas. Hubo, por cierto, muchas, pero la temida guerra termonuclear
pudo ser evitada en las dos mayores crisis de la Guerra Fría: Berlín en
1961 y la de los misiles soviéticos instalados en Cuba en 1962.
Posteriormente hubo importantes acuerdos para limitar el armamento
nuclear. Pero esa voluntad negociadora ha desaparecido. Lo que hoy
prevalece es una política de acoso, de bullying, favorecida por un
hipertrofiado orgullo nacional con el cual se manipula a la opinión
pública que así justifica que el más fuerte –Estados Unidos- atropelle y
someta a los más débiles. Si bien no menciona el dato, en el trasfondo
de su discurso se perfila con claridad la preocupación por la
desorbitada expansión del gasto militar estadounidense que, según los
cálculos más rigurosos, supera el billón de dólares (o sea, un millón de
millones de dólares) cuando al desintegrarse la Unión Soviética los
publicistas del imperio aseguraron urbi et orbi que el gasto militar se
reduciría y que los así llamados “dividendos de la paz” se derramarían
en programas de ayuda al desarrollo y combate a la pobreza. Nada de eso
tuvo lugar.

Cuarto, al declararse a sí mismos como vencedores de la Guerra Fría la
dirigencia norteamericana pensó que todo el viejo sistema construido a
la salida de la Segunda Guerra Mundial era un oneroso anacronismo. No
propuso un “tratado de paz”, en donde se establecieran acuerdos y
compromisos entre vencedores y vencidos, sino que Washington se comportó
como un “nuevo rico” que, embriagado por la desintegración de la Unión
Soviética y su acceso a una incontestada primacía mundial, actuó con
prepotencia e imprudencia y cometió un sinfín de disparates. Ejemplo
rotundo: su continuo apoyo a numerosos “combatientes de la libertad”
reclutados como arietes para producir el “cambio de régimen” en
gobiernos desafectos y que a poco andar se convirtieron en “terroristas”
como los que el 11-S sembraron el horror en Estados Unidos o los que hoy
devastan a Siria e Irak. Para invisibilizar tan gigantescos errores la
Casa Blanca contó con “el control total de los medios de comunicación
globales (que) ha permitido hacer pasar lo blanco por negro y lo negro
por blanco.” Y, en un pasaje de su discurso Putin se pregunta: “¿Puede
ser que la excepcionalidad de los Estados Unidos y la forma como ejerce
su liderazgo sean realmente una bendición para todos nosotros, y que su
continua injerencia en los asuntos de todo el mundo esté trayendo paz,
prosperidad, progreso, crecimiento, democracia y simplemente tengamos
que relajarnos y gozar? Me permito decir que no.”

Quinto, en diversos tramos de su alocución y del intercambio de
preguntas y respuestas con los participantes Putin dejó sentado muy
claramente que Rusia no se cruzará de brazos ante las amenazas que se
ciernen sobre su seguridad nacional. Utilizó para transmitir ese mensaje
una elocuente metáfora para referirse, indirectamente, a los planes de
la NATO de rodear a Rusia con bases militares y para responder a las
inquietudes manifestadas por algunos de los presentes acerca de una
eventual expansión imperialista rusa. Dijo que en su país se le tiene
gran respeto al oso “amo y señor de la inmensidad de la taiga siberiana,
y que para actuar en su territorio ni se molesta en pedirle permiso a
nadie. Puedo asegurar que no tiene intenciones de trasladarse hacia
otras zonas climáticas porque no se sentiría cómodo en ellas. Pero jamás
permitiría que alguien se apropie de su taiga. Creo que esto está
claro.” Esta observación fue también una respuesta a una caracterización
muy extendida en Estados Unidos y Europa que menosprecia a Rusia -y
antes a la Unión Soviética- como “un Alto Volta (uno de los países más
pobres y atrasados de África) con misiles”. Sin dudas que el mensaje fue
muy claro y despojado de eufemismos diplomáticos, en línea con su
confianza en la fortaleza de Rusia y su capacidad para sobrellevar con
patriotismo los mayores sacrificios, como quedó demostrado en la Segunda
Guerra Mundial. Dijo textualmente: “Rusia no se doblegará antes las
sanciones, ni será lastimada por ellas, ni la verán llegar a la puerta
de alguien para mendigar ayuda. Rusia es un país autosuficiente.”

En síntesis: se trata de uno de los discursos más importantes sobre el
tema pronunciado por un jefe de estado en mucho tiempo y esto por muchas
razones. Por su documentado y descarnado realismo en el análisis de la
crisis del orden mundial, en donde se nota un exhaustivo conocimiento de
la literatura más importante sobre el tema producida en Estados Unidos y
Europa, refutando en los hechos las reiteradas acusaciones acerca del
“provincianismo” del líder ruso y su falta de contacto con el
pensamiento occidental. Por su valentía al llamar las cosas por su
nombre e identificar a los principales responsables de la situación
actual. Ejemplo: ¿quién arma, financia y recluta a los mercenarios del
EI? ¿Quién compra su petróleo robado de Irak y Siria, y así contribuye a
financiar al terrorismo que dicen combatir? Preguntas estas que ni el
saber convencional de las ciencias sociales ni los administradores
imperiales jamás se las formulan, al menos en público. Y que son
fundamentales para entender la naturaleza de la crisis actual y los
posibles caminos de salida. Y por las claras advertencias que hizo
llegar a quienes piensan que podrán doblegar a Rusia con sanciones o
cercos militares, como nos referíamos más arriba. Pero, a diferencia del
célebre discurso de Churchill, al no contar con el favor del imperio y
su inmenso aparato propagandístico camuflado bajo los ropajes del
periodismo el notable discurso de Putin ha pasado desapercibido, por
ahora. A cien años del estallido de la Primera Guerra Mundial y a
veinticinco de la caída del Muro de Berlín Putin arrojó el guante y
propuso un debate y esbozó los lineamientos de lo que podría ser una
salida de la crisis. Ha pasado algo más de un mes y la respuesta de los
centros dominantes del imperio y su mandarinato ha sido un silencio
total. Es que no tienen palabras ni razones, sólo armas. Y van a
continuar tensando las cuerdas del sistema internacional hasta que el
caos que están sembrando revierta sobre sus propios países. Nuestra
América deberá estar preparada para esa contingencia.

Nota:
[1] Desgraciadamente ese discurso está sólo disponible en ruso y en
inglés en el sitio web de la presidencia de Rusia. Una traducción al
castellano fue realizada por Iñaki para el blog
http://salsarusa.blogspot.com.ar/2014/11/discurso-de-putin-en-valdai.html
La versión revisada y corregida de ese primer esfuerzo de traducción del
discurso de Putin se encuentra disponible en www.atilioboron.com.ar

- Dr. Atilio Boron, director del Centro Cultural de la Cooperación
Floreal Gorini (PLED), Buenos Aires, Argentina. Premio Libertador al
Pensamiento Crítico 2013. www.atilioboron.com.arTwitter:
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