Aram Aharonian
ALAI AMLATINA, 13/01/2016.- El tsunami electoral del 6 de diciembre sacude aún los cimientos políticos, sociales y psicológicos del país y la “coexistencia” de 16 años se tambalea, mientras el nuevo gabinete anunciado por el presidente Nicolás Maduro da esperanzas de cierta oxigenación, con la designación del veterano dirigente magisterial Aristóbulo Istúriz como vicepresidente ejecutivo.
Más allá de la mezquindad, soberbia y prepotencia mostrada por algunos dirigentes y funcionarios oficiales, parte de ellas hechas trizas en la consulta electoral del 6-D y en algunos casos convertida en resignación, Istúriz es un experimentado político de izquierda, quien supo ser alcalde de Caracas aún antes del chavismo, con posibilidades de poner en marcha un desarrollo político diferente al vivido en los últimos tres años. Y que ahora es el que ha extendido el diálogo con los dirigentes opositores Henry Ramos Allup y Julio Borges, para frenar una crisis institucional.
Así, los diputados Julio Haron Ygarza, Nirma Guarulla y Romel Guzamana, del estado Amazonas, solicitaron su desincorporación de la Asamblea Nacional para defenderse judicialmente, ante la sentencia emitida por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, que declaró nula las decisiones que tomara el legislativo mientras siguieran en sus curules quienes habían sido juramentados a pesar de la impugnación de los cargos presentada por el Psuv.
Pareciera que este primer enfrentamiento institucional, muy promovido por la prensa internacional, quedó zanjado, aun cuando el sorprendente secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro –convertido en principal vocero de los intereses y campañas estadounidenses-, continuó su campaña de injerencia en los asuntos internos venezolanos: “Todo aquello que signifique impedir a un solo diputado asumir su banca es un golpe directo a la voluntad del pueblo”, escribió Almagro en una extensa carta abierta dirigida al presidente venezolano, Nicolás Maduro, desconociendo la separación de poderes.
Desesperanza, desamparo, desilusión, rabia y castigo hicieron que casi tres millones de chavistas se abstuvieran de votar a los candidatos del Psuv: ausencia-castigo y no voto-castigo. Hoy, la nueva mayoría parlamentaria promueve la histeria colectiva –con caza de brujas incluida- y apela permanentemente al miedo, mientras no disimula sus impulsos de venganza, expresadas claramente por el nuevo presidente de la Asamblea Nacional: “No quiero ver un cuadro de Chávez o Maduro. Llévense toda esa vaina para Miraflores, o se la dan al aseo”.
“Hoy lo más terrible es darnos cuenta que después de tres años en la más profunda crisis económica, y posterior a anuncios que no anuncian nada, al fin nos damos cuenta que no es que este gobierno no quería tomar medidas antipopulares, sino que ni siquiera tenía medidas que tomar, que no había un diagnóstico, que no existían equipos preparados para dar respuesta a la crisis que estaban aguantados por la situación electoral, creo que lo más terrible es que no se tenía nada”, señala el politólogo Nicmar Evans, dirigente de Marea Socialista.
Por eso no puede extrañar que altos funcionarios del gobierno comiencen una retirada en silencio, mientras otros, sobre todo los que representan a las bases comunales y laborales, se aferran a la necesidad de salvar la Revolución Bolivariana. “Todos buscan una salida: la derecha por la fuerza, los sectores populares por la defensa de lo logrado en 16 años de lucha. Pero otros miran hacia afuera, como salida personal, incluso sacando a sus hijos del país”, señalaba, con un dejo de tristeza un veterano embajador bolivariano.
Ay, la economía
Dentro del bolivarianismo (que no es lo mismo que el chavismo) se enfrentan dos salidas a la crisis, la de quienes promueven un pacto con la oposición y sus cámaras de empresarios, asociados a Estados Unidos y quienes sostienen que se puede salir sin entregar este proceso revolucionario a la derecha, en nombre
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