Jorge Majfud
ALAI AMLATINA, 10/05/2016.- El
dos veces candidato presidencial por el partido Republicano, Pat
Buchanan, ha expresado su apoyo al actual candidato Donald Trump. Aunque
con estilos y suertes diferentes,
ambos comparten ideas e ideales en materia de inmigración y política
exterior. Ambos, razonablemente, se han manifestado en contra de la
guerra en Iraq y los tratados de libre mercado. Las alternancias en el
poder tienen esa ventaja; un mismo partido, y a
veces un pueblo entero, puede borrar con el codo lo que escribió con la
mano. Irak no los diferencia demasiado del socialista Bernie Sanders.
Ambos conservadores, como los presidentes de este país en el siglo XIX,
son proteccionistas en materia económica,
lo cual es una novedad ente los neoconservadores, campeones del libre
mercado, que de cualquier forma nunca fue libre como bien lo saben las
corporaciones que se reparten el mundo en nombre de la libertad y la
libre competencia.
Lo interesante es que este proteccionismo no es económico sino racial.
En 2006, Buchanan publicó el libro State of Emergency: The Third World Invasion and Conquest of America
(Estado de emergencia: la invasión del Tercer mundo y la conquista de Estados Unidos)
donde, básicamente, criticaba la inmigración ilegal. Como se puede
sospechar, la legalidad es una recurrente excusa que cubre otras
motivaciones más profundas.
En una entrevista a NPR, la excelente Radio Pública de Estados Unidos,
el 5 de mayo de 2016, Buchanan se expresó de una forma más espontánea,
por no decir psicoanalítica.
La periodista le recordó algunos conceptos de su libro, en el cual afirmaba que “si
no tomamos control de nuestras fronteras, para el año 2050 los
estadounidenses descendientes de europeos serán una minoría en la nación
que nuestros
ancestros crearon y construyeron”. Está claro que en esta confesión
la ilegalidad (aquello de “no estamos contra la inmigración; estamos
contra la inmigración ilegal”) no es lo que más preocupa. La inmigración
ilegal está normalmente compuesta de hombres
y mujeres de piel oscura, marginados en sus propios países
latinoamericanos, por indios o por pobres, despreciados y explotados
aquí por los empresarios que no encuentran ciudadanos dispuestos a
trabajar, y despreciados y expulsados de allá, de sus propios
países de origen, a los que luego agradecen con millonarias remeses que
envían para ayudar a sus familias y que indirectamente terminan en las
manos de los mismos señores de siempre, los “creadores de empleo”. Sólo
México recibe más dinero por remesas que
envían los pobres que por el petróleo que administran los ricos, y es
el principal ingreso de divisas en países como Honduras.
Según Pat Buchanan, para darse cuenta del problema
basta con ver lo que está pasando en Europa y en todo el mundo: hay
conflictos terribles por culpa de las diferencias étnicas y de
identidad, de lo cual, se deduce, deberíamos renunciar
al mayor logro de la Era moderna (y de otros períodos más antiguos)
cuando se dejó de demonizar la diversidad y la igualdad en la
diferencia, para convertirnos en lo que Fernando e Isabel lograron en
España en 1492: la unidad de un país, no por la integración
de lo diverso sino por la eliminación del otro: un país con una lengua
única, una raza única, una religión única en la sociedad más diversa de
la Europa e entonces. En 1492 los reyes católicos expulsaron a los
judíos y a los moros, tan “hispanos” (o españoles,
si forzamos la historia para adaptarla a la percepción el presente)
como cualquier cristiano. Luego los convertidos fueron expulsados de
nuevo, ya que para una mentalidad purista (fascista, en términos
modernos) apenas se limpian las diferencias mayores, las
menores, los tonos se convierten en diferencias fundamentales, y así,
como en muchas otras partes del mundo de hoy, uno no alcanza a
distinguir a uno del otro y ellos se matan por sus diferencias.
¿Qué en la Europa hoy en día hay conflictos por culpa
de las diferencias raciales? Claro, porque en la Europa de ayer se
mataban por diferencias religiosas, como en la Matanza de San Bartolomé,
donde en pocos días cristianos masacraron
a varios miles de cristianos por diferencias de interpretación sobre el
bien y la verdad. Porque en Europa los Nazis advirtieron el mismo
problema a tiempo y para evitar la violencia procedieron a eliminar la
horrible y corrupta diversidad. Claro, porque en
Estados Unidos nunca hubo discrepancias ni con los negros ni los indios
ni con los mexicanos porque se los expulsó de sus tierras a punta de
fusil. Una vez, en un edificio público, encontré la historia de Estados
Unidos narrada con pequeñas estatuas blancas.
En una, un indio se enfrentaba a un temible oso y más abajo una leyenda
aclaraba: “los mayores peligros que los indios debían enfrentar por
entonces”.
Más adelante, Pat Buchanan, con esa voz de Donald
Trump, siempre cargada de una elocuencia que enamora a los conservadores
más pobres, confiesa su ideal de inmigrante para una nación virtuosa,
lo que recuerda a Domingo Sarmiento
en la Argentina del siglo XIX y a varios gobiernos de Estados Unidos y
de Europa durante… bueno, durante casi toda su historia:
“Este país tuvo un éxito enorme con la inmigración
que llegó desde 1890 hasta 1920. Por entonces, llegaba mucha gente de
la Europa del Este y de la Europa del Sur. Esa gente venía y se
asimilaba, se americanizaba, aprendía inglés,
y así fue como creamos un país unido de verdad; el 97 por ciento
hablaba inglés en 1960”.
El “país unido de verdad” vivía bajo un régimen de
apartheid, nunca nombrado como tal. Ni los negros ni los hispanos de
piel oscura, ni los judíos ni los italianos ni ningún no-asimilado podía
siquiera usar servicios reservados para
los blancos asimilados, es decir, blancos ex discriminados, como los
italianos, los judíos o los irlandeses que aprendieron cómo se hace
teniendo la piel blanca. El “enorme éxito” no incluye la discriminación,
ni el KKK, ni la Gran Depresión de los años 30
durante la cual fueron expulsados medio millón de mexicanos, la mayoría
de ellos ciudadanos legales de este país.
Durante el idílico periodo mencionado por Buchanan,
llegaron irlandeses, horribles mujeres y hombres de pelos rojos. No hace
mucho Noam Chomsky me comentaba en Boston que allí, en una de las
ciudades más civilizadas de la época,
había carteles en los restaurantes prohibiendo la entrada a perros e
irlandeses. El mismo Chomsky recordaba que en 1924 se había aprobado una
ley para filtrar la inmigración de italianos y judíos, ya que se
prefería a los europeos del este y no por casualidad
muy pocos judíos fueron admitidos como refugiados mientras eran
masacrados en Europa. Nunca hubo ni hay animosidad alguna contra
inmigrantes de Europa del Este, como la esposa de Donald Trump, que
demuestra que los inmigrantes hacen trabajos que los americanos
no quieren hacer. De ahí la simpatía de Trump por líderes como Putin y
su odio por los híbridos de piel oscura resumido en los mexicanos.
En pocas palabras: no somos racistas ni estamos
contra la inmigración legal, pero una América blanca es lo que debemos
preservar.
Buchanan observa, con pesar, que hoy en día en
California en la mitad de los hogares se habla una lengua que no es
inglés. La periodista pregunta qué tiene de malo la diversidad
lingüística y Buchanan responde: “aquel que crea
que un país se puede sostener sin una unidad étnica y lingüística es
profundamente ingenuo, y mi misión no es hacer feliz a la gente sino
decir la verdad”. Luego, con amargura de viejo y elocuencia infantil, concluye “se trata del país en el que crecí;
era un buen país”.
El país en el que Pat Buchanan y su generación creció
era asolado por el macartismo, el antisemitismo, por los últimos
coletazos de los nazis estadounidenses manifestándose en marchas a favor
de Hitler, por una brutal segregación
racial donde hasta el matrimonio interracial estaba prohibido por ley y
la secta del Ku Klux Klan actuaba impune, donde los japoneses eran
recluidos en campos de concentración por el solo hecho de tener cara de
japoneses y un largo etcétera.
El lado positivo: estas son las típicas reacciones de
la retirada: a lo más que podrían aspirar es a ganar el gobierno en
2016, cosa por demás improbable (la única batalla decisiva estará en
Florida). Pero aún en caso que lo lograran,
estarían confirmando el hundimiento del partido Republicano, una secta,
a esta altura, que no quiere ver la realidad de este país. El imparable
cambio demográfico, como un tsunami, les pasará por encima tarde o
temprano. ¿Cómo ganar elecciones teniendo a las
minorías, que ya son la mayoría, en su contra?
El gran Thomas Jefferson tampoco escapó al racismo de
su época, pero en 1789 tuvo uno de sus varios momentos de lucidez: la
Tierra le pertenece a los vivos, no a los muertos.
Jorge Majfud, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario