lunes, 8 de abril de 2019

Resultado de imagen para CHINA Y SU RELACION ECONOMICA CON LOS PAISES DEL SUR
Este es un artículo de opinión de Daud Khan, con más de 30 años de experiencia en temas de desarrollo, durante los cuales ha desarrollado su labor en varias organizaciones nacionales e internacionales.

Daud Khan

ROMA, 8 Abr 2019 (IPS)  - Hace medio siglo, China era un país pobre con poca influencia en la esfera internacional y sin ser aún miembro de las Naciones Unidas. Desde entonces, su rápido crecimiento económico ha convertido al país asiático en una potencia económica que desempeña cada vez más un papel de liderazgo en el escenario mundial como socio comercial y como fuente de inversión.

La trayectoria de desarrollo de China ha sido muy diferente a la de la mayoría de los otros países del Sur global, que a menudo han sido golpeados por problemas políticos y económicos y no han crecido en ninguna región de acuerdo con su potencial.

En la primera parte de este artículo nos gustaría explorar cómo los mejores países en desarrollo pueden beneficiarse del flujo continuo y planificado de inversiones chinas en el país. En la segunda parte, analizaremos algunos de los elementos clave de la experiencia de desarrollo de China y veremos qué lecciones podemos extraer de las políticas y los programas.

La manifestación más emblemática y debatida de la creciente influencia económica y política de China es la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, que tiene como objetivo vincular a China con los mercados de Europa y Asia.

La Iniciativa, también conocida simplemente como la de la Ruta de la Seda,  gira en  gran parte sobre la mejora de comercio y logística.

Dentro de ella, se están realizando importantes inversiones en minería, manufactura, agricultura y servicios, tanto para la exportación a los mercados chinos como para la venta en los mercados nacionales. Son inversiones que se efectúan tanto en países del Norte industrial como del Sur en desarrollo, o Sur global.

Sin embargo, es probable que su impacto sea enorme y transformador, especialmente en aquellos países en desarrollo que se han quedado atrapados en una trampa de crecimiento lento y con baja inversión. Esta es una gran oportunidad, pero para maximizar sus beneficios es esencial que estas inversiones estén bien administradas y reguladas.

La mayoría de las empresas chinas que invierten en el extranjero tienden a ser de tamaño mediano o grande. Muchas son de propiedad estatal o filiales de compañías estatales y, como tales, disfrutan de buenas conexiones y del respaldo gubernamental para sus actividades.

Estos factores les otorgan un poder de negociación superior frente a las contrapartes locales y existe el riesgo de que los términos del acuerdo se vean inclinados a su favor. Tales riesgos son particularmente graves en países donde las contrapartes locales tienden a ser pequeñas con habilidades financieras y administrativas limitadas.

Existe una necesidad urgente de leyes, regulaciones y pautas que aseguren que los contratos y acuerdos firmados sean justos y equitativos. Esto es crítico para todos los sectores, pero especialmente para actividades como la minería, que requieren una inversión masiva y largos períodos de gestación, donde los acuerdos pueden durar décadas.

Una serie de aspectos críticos requieren la supervisión pública, incluidos los pagos de regalías y los parámetros financieros, como las tasas de interés, las tasas de depreciación y las tarifas de los seguros.

También es necesario garantizar que los precios cobrados por la producción de las empresas chinas vendidas en los mercados locales sean justos y estén al alcance de los consumidores nacionales o que no hay "precios de transferencia" en el caso de las exportaciones.

Esta es una práctica en la que las empresas venden a precios bajos a las empresas matrices en el extranjero para reducir las ganancias y los pasivos fiscales, mientras que al mismo tiempo reduce la entrada de divisas al mercado del país productor.

Debe establecerse y vigilarse, además,  que los impuestos, aranceles y otros gravámenes se pagan íntegramente a tiempo; que se mitiguen los impactos ambientales negativos y, cuando sea necesario, se implementen acciones correctivas.

Igualmente, se debe supervisar que a los trabajadores se les paga un salario justo y que se les proporcionan servicios esenciales como asistencia médica y educación; y que los actuales propietarios de tierras, agricultores e inquilinos no son desplazados de sus tierras y viviendas.

Puede parecer que estas condiciones son duras y pueden inhibir a los inversores chinos. Sin embargo, la inversión china no debe ser simplemente una oportunidad para obtener un rápido retorno, sino como una asociación a largo plazo que se basa en beneficios mutuos que se comparten, también con los trabajadores.

Estas condiciones, incluidas las tarifas de transferencia, son comunes para los inversionistas transnacionales en los países más industrializados y en estos países las compañías chinas no tienen problemas para adherirse a ellas. No hay razón para que no se establezcan condiciones similares en los países en desarrollo y que las empresas chinas deben cumplirlas.

Además, durante las últimas dos décadas, bajo la presión del cabildeo de los consumidores, los boicots y las demandas legales en sus países de origen, muchas empresas estadounidenses y europeas, incluidas las grandes transnacionales, se están ajustando cada vez más a dichas leyes y regulaciones.

Muchos de ellos ahora también tienen importantes programas de Responsabilidad Social Corporativa. Las compañías chinas, si esperan competir a mediano o largo plazo con las corporaciones occidentales, deben estar preparadas para hacer lo mismo.

Los gobiernos tienen la prerrogativa y el deber de hacer leyes, regulaciones y pautas para administrar la inversión en el extranjero. Sin embargo, tales leyes son notoriamente difíciles de implementar en países en desarrollo con capacidades limitadas de gobernabilidad.

Lo será aún más en el caso de los inversionistas chinos que, como se mencionó, tienden a ser grandes y bien conectados.

Además, es poco probable que las organizaciones no gubernamentales (ONG), los grupos de presión y los grupos de la sociedad civil en China se comprometan a cabildear contra el comercio desleal o las operaciones de manufactura de compañías chinas en otros países, como sucedió en el caso de compañías estadounidenses y europeas.

En esta situación, mucha responsabilidad recae en la sociedad civil, la prensa y el sistema judicial en los países en desarrollo. Estas instituciones deben asumir el reto.

Esto no será fácil y se necesitaría ayuda de la comunidad internacional para el apropiado desarrollo.

A nivel político, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y otros organismos internacionales deben ayudar a los gobiernos a modificar las leyes y regulaciones; y las ONG internacionales, los grupos de presión y las asociaciones de consumidores deberán crear y ayudar a las organizaciones de la contraparte en los países en desarrollo.

Sin embargo, el obstáculo más difícil será que los gobiernos de los países en desarrollo comiencen a ver a las organizaciones de la sociedad civil, los medios y los sistemas judiciales como socios clave en el proceso de desarrollo y no como impedimentos al comercio y las asociaciones financieras.

TR:EG

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Ante la convocatoria de los gobiernos de Chile y Colombia a fundar una nueva instancia regional, ProSur, en reemplazo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), el Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica (FCINA) manifiesta que:
Lejos de ser “libre de ideología”, como señalan sus promotores, se trata de una iniciativa hiperideologizada, en tanto conformación de un bloque de las derechas continentales alineadas con una imagen neoliberal del mundo. Todo indica que ProSur implicaría acciones pro-empresariales para facilitar la extensión de los negocios corporativos, profundizando así el deterioro medioambiental y el abismo de la desigualdad social en nuestra región.
Más allá de representar el colofón político del esquema de fusión mercantilista entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico y un regreso al intento de generar las condiciones para un Área de Libre Comercio hemisférica (ALCA II), el espacio constituiría en términos geopolíticos un tridente con la Organización de Estados Americanos gobernada desde Washington y con el Grupo de Lima, con el objetivo de asfixiar todo proyecto popular soberano contrapuesto a esa dirección.
Ninguna instancia que apunte a una integración plural puede surgir desde actitudes de segregación, inquisición política y golpismo como las que se expresan en la explícita exclusión del gobierno constitucional de la República Bolivariana de Venezuela. Las malintencionadas críticas sobre la vigencia de las instituciones democráticas y los derechos humanos en la nación caribeña, evidencian el nítido sesgo ideológico de esa condena, además de la hipocresía y la falta de coherencia de quienes lo sostienen: Ni Chile ni Colombia son países que puedan ser considerados vanguardia de la democracia ni de los derechos humanos.
Los gobiernos que proponen la instalación de Prosur confunden burocracia con institucionalización de políticas públicas y órganos de cooperación permanentes. ¿De qué otra forma podría sostenerse y crecer el tejido de integración regional y sus acciones positivas?
La integración regional es una aspiración histórica y representa la intención de emancipación y autonomía de poderes extraregionales, la posibilidad de hablar con voz común en los foros internacionales, de compartir saberes y capacidades solidariamente a favor del bienestar colectivo, de lograr creciente unidad política hacia una identidad común latinoamericano-caribeña.
Esta iniciativa debe ser rechazada ampliamente, ya que apunta a sepultar los procesos de integración soberana que encarnan UNASUR y CELAC por mandato de los Estados Unidos, cuyo propósito es frenar las instancias multilaterales que expresan la emergencia de un mundo multipolar.
El Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica insta a organizaciones políticas, movimientos populares, miembros de la Academia, comunicadores, actores de la cultura y a los mismos gobiernos a defender y fortalecer las instancias de integración existentes y resistir su falsificación mediante propuestas cuya esencia es la desintegración y la dependencia.

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Perspectivas al final de la segunda década del siglo XXI

Oscar Ugarteche

ALAI AMLATINA, 18/03/2019.- En el presente artículo vamos a repasar por los acontecimientos políticos y sociales que marcan la pauta económica de la primera parte del siglo.  Un referente es lo acontecido en la misma etapa en los siglos XIX y XX para ver si estamos o no ante una señal auspiciosa.  Lo que está claro es que se está ante un horizonte conflictivo que no tiene señales de acabar pronto.

Algunos referentes de inicios de siglo XIX y XX

Al final de la segunda década del siglo XIX, las repúblicas americanas culminaban la etapa final de sus luchas por la independencia española y España entraba en una espiral de debilitamiento hegemónico frente a la industrial Gran Bretaña y el liberalismo económico.  De otro lado, los Estados germánicos, bajo la influencia de Federico List, impulsaban una unión aduanera, la primera de su tipo.  La visión industrialista de List subyacía a sus críticas al liberalismo británico y los británicos, frente a España, se encargaron de equipar y financiar a las tropas independentistas de Bolívar.  Los ferrocarriles a vapor de agua eran la tecnología del progreso y reducían las distancias.  Las migraciones masivas de España hacia América latina y de Gran Bretaña hacia Estados Unidos marcaron huella.

Al final de la segunda década del siglo XX, en 1919, se firmó el Tratado de Versalles y se fundó la primera organización multilateral: la Liga de las Naciones, con su oficina de inteligencia económica, junto con la Organización Internacional del Trabajo y la Organización Mundial de la Salud.  La revolución rusa había triunfado en noviembre de 1917 y la revolución mexicana estaba en plena lucha.  Se estaba en los albores de la deflación de 1920 y del estancamiento europeo de la década de 1920.  En China los europeos estaban consolidando Shanghái como un gran centro comercial y Japón había establecido en la Península de Corea un poder militar.  Estados Unidos se había instalado en el Istmo de Panamá con el Canal recién inaugurado y todos los imperios europeos fueron derrotados en la I Guerra Mundial, salvo Gran Bretaña que comenzaría su declive como país altamente endeudado con los Estados Unidos.  El motor a combustión con combustible fósil era la tecnología del progreso.  Aviones, automóviles y barcos reducían las distancias.  Las migraciones masivas de post guerra desde Europa hacia el continente Americano marcaron a la mayor parte de los países.

Las guerras y el mundo al que entramos[1]

El final de la segunda década del siglo XXI se caracteriza por el debilitamiento de los organismos multilaterales ante un resurgimiento de nacionalismos localizados en Europa, Estados Unidos y en menor medida en América Latina.  Las guerras, que debían ser prevenidas por la Liga de las Naciones, y luego por Naciones Unidas hoy son imprevisibles. Tras la proclama del fin de la historia de Fukuyama, lo que se observa es que hay más guerras en simultáneo que nunca en la historia pero que tienen una forma diferente.  Son luchas entre sectores de oprimidos y opresores, en algunos casos religiosas.  Todas son en espacios geográficos donde hay petróleo o gas y en todas está involucrado Estados Unidos de alguna manera.

1) La segunda guerra del Congo (1998–2003)[2] que se inició en el siglo XX en un área donde hay riqueza petrolera y minera lleva desde 1998 tres millones de muertos y continúa con menor intensidad con la presencia de 113,000 fuerzas de paz bajo el auspicio de Naciones Unidas desde el 2003.  

2) La guerra civil siria desatada tras la invasión occidental a Irak y al mismo tiempo de la Primavera Árabe del 2011.  Tiene como actores a grupos políticos y religiosos y a gobiernos como Estados Unidos, Rusia, Turquía, Israel.  Lleva 365,679 personas muertas a febrero del 2019.  (Syrian Observatory for Human Rights)[3].  

3) La guerra de Irak, que se inició en el 2003 con una invasión occidental bajo el argumento falso que habían armas de destrucción masiva.  Ha provocado, hasta inicios del 2019, 288,000 muertos.  

4) La guerra de Afganistán[4], iniciada en el 2001, poco después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y otros blancos, por un grupo de 19 árabes saudíes asociados a Al Qaeda, grupo paramilitar religioso.  Lleva 100,000 muertos hasta febrero del 2019 entre los de Afganistán y los civiles muertos en Pakistán.  

5) La Guerra de Boko Haram[5], cuyo nombre significa “la occidentalización es un sacrilegio”, que comenzó cuando se fundó el grupo en Nigeria en el 2002, poco después de los ataques de Al Qaeda en Estados Unidos.  Se desarrolla en un país rico en petróleo con una mala distribución del ingreso y con un proyecto de surtir a Europa a través de un oleoducto que atraviese África.  La consecuencia de esta guerra es el desplazamiento de 2 millones de personas.  

6) La guerra Civil de Yemen, iniciada con la Primavera Árabe, que fue una lucha por la permanencia en el poder del presidente electo ʿAlī ʿAbd Allāh Ṣāliḥ.  Luego entraron a la lucha Al Qaeda, apoyando a los rebeldes Houthi, y del otro lado Arabia Saudí, con el respaldo de Estados Unidos al gobierno del presidente Hadi, que sucedió a As Salih en el 2015.  Es un país rico en gas natural y minerales diversos.  Llevan 80,000 muertos desde el 2015 según Yemen for the Armed Conflict Location and Event Data Project (ACLED)[6].  

7) El conflicto de Ucrania, que se inició en el 2013 cuando el presidente pro-ruso de Ucrania, Viktor Yanukovich, rechazó el acuerdo de asociación con la Unión Europea a favor de lazos más estrechos con Rusia.  Kiev, la capital ucraniana, estalló en protestas callejeras y los manifestantes establecieron un campamento permanente en la Plaza de la Independencia.  Los enfrentamientos entre la policía (pro rusa) y los manifestantes (pro europeos) se volvieron cada vez más violentos.  El Acuerdo de la Asociación entre Ucrania y la Unión Europea se firmó en marzo del 2014 bajo la presidencia de Oleksandr Turchínov.[7]  En el proceso, se desató la violencia entre los sectores pro rusos y los pro europeos, lo que llevó a que las fuerzas de seguridad del gobierno abrieran fuego contra los manifestantes.  La reacción violenta que se produjo en febrero del 2014 barrió a Yanukovich del poder, y él huyó a Rusia.  Al mismo tiempo, en febrero del 2014 el ejército ruso invadió la Península de Crimea para asegurar la salida rusa al Mar Negro, donde se encuentran las bases navales rusas del Mediterráneo; estallando una guerra que lleva 13,000 muertos y que ha convertido a Ucrania en la frontera entre Rusia y Europa.  El tema es el gas, los gasoductos que pasan por allí, y quién los controla.  Una característica de todas estas guerras es que las empresas siguen operando mientras la guerra avanza.  La guerra permanente es un nuevo rasgo de la economía internacional.

Migración y capacidad de absorción

La consecuencia de la Primavera Árabe y las intervenciones de Occidente en Libia, Irak y Egipto han dejado una estela de inmigrantes que intentan escapar de sus países para descansar de la guerra y trabajar.  Lo más cercano es Europa, lo que ha llevado posiblemente a uno de los desplazamientos masivos más significativos de la historia moderna.  Del año 2000 al 2017, el número total de migrantes aumentó casi 50%: de 173 a 258 millones de personas.[8]  La mitad de este aumento ocurrió en países desarrollados, mientras que la otra mitad tuvo lugar en países en desarrollo, según Naciones Unidas.  En América Latina, los desplazamientos están asociados a cambios de gobierno sin elecciones o intentos forzados de cambio, como en Honduras, Haití, y Venezuela, pero también, en general, a muy poco crecimiento económico e insuficiencia de empleo.

La falta de crecimiento de las economías desarrolladas adonde se dirige la mitad de los migrantes ha dado lugar a sentimientos nacionalistas similares a los existentes en la década de los años 1930, esta vez culpando a los musulmanes.  La diferencia es que la existencia de musulmanes radicales armados e ideologizados como un pueblo oprimido por Occidente los convierte en actores en el conflicto armado no solo en la zona sur del Mediterráneo, sino al norte.  Esto es una diferencia sustantiva con los años 30.  Este es un componente nuevo de la economía internacional por el impacto de las remesas internacionales en las economías de origen.

Crecimiento medio simple anualizado del PIB real antes y después de la recesión de 1974


El cuadro[9] recorre 66 años de crecimiento económico de economías maduras, de 1950 a 2016.  Lo que muestra es que, en primer lugar, las economías que menos crecieron desde 1950 fueron Gran Bretaña, Estados Unidos y Dinamarca.  En segundo, lugar muestra como después de la crisis de 1974 el crecimiento se redujo aún más en comparación con la primera etapa, 1950-1975.  La diferencia es que entre la primera y segunda etapas, el promedio de la primera etapa de todas las economías maduras era superior al crecimiento americano; en la segunda etapa el promedio del crecimiento es igual al promedio de la economía mayor.  Es decir, hay una migración masiva hacia las economías desarrolladas que tienen tasas de crecimiento bajas y a Estados Unidos en especial, que la tiene más baja que el resto.  Esto produce las reacciones sociales fascistas, cargadas de odio, racistas, xenófobas, que se observan en el discurso estadunidense pero también en las reacciones populistas de derecha europeas con las consecuencias sobre el proteccionismo y guerras comerciales.

El motor real del crecimiento

El escaso crecimiento de las economías maduras ha sido activado por dinámicas internas, con la posible excepción de Alemania donde el peso externo es muy alto.  La tecnología de la década de los años 20 se agotó en los años 70 y desde entonces se viene esperando un cambio en la energía con la que se mueven los vehículos.  Lo que ha ocurrido, mientras tanto, en estos cincuenta años es que emergió la inteligencia artificial que nos permite no movernos y estar conectados con otro lugar en tiempo real vía el Whatsapp y Skype así como por Hangouts de Google, entre los más conocidos.  Esto hace que la sociedad esté más informada aunque no más comunicada, necesariamente.  También permite que no se deban de hacer y en esa medida es un vehículo de meta-transportación virtual.

A pesar de eso, crece el número de vehículos de transporte con tecnología cada vez más avanzada para comodidad del pasajero.  Lo más avanzado será el vehículo que sea literalmente auto-móvil, sin chofer.  Ese vehículo eléctrico, o energizado por hidrógeno, será limpio y no calentará el ambiente. La competencia está en quien sacará estos vehículos al mercado más pronto.  El funcionamiento de éstos va de la mano con lo dicho al inicio, sobre la telemática.  La competencia es quién saca la red 5G antes y la coloca en el mercado. Todo indica que la empresa Huawei la tiene lista y la está vendiendo, mientras Estados Unidos sabotea todo ese esfuerzo para no quedarse atrás.  Esa es la explicación lógica de la guerra comercial que hasta ahora les cuesta a los consumidores americanos 165,000 millones de dólares y que impacta sobre el 38% de las importaciones estadounidenses.[10]

La competencia por los autos limpios sin chofer y con tecnología 5G es por el momento el futuro inmediato para reactivar las economías maduras.  Todo indica que esto lo viene ganando China, sin embargo, (ver artículo de Armando Negrete en esta edición) América Latina dentro de este juego continúa siendo la despensa, donde China invierte para asegurar materias primas, entre ellos, el litio y las tierras raras pero también petróleo y gas.  En este, la competencia espacial con Estados Unidos en el continente es muy fuerte.

Finalmente

El mundo está marcado por guerras en zonas de producción de petróleo y gas.  Estas son ahora un rasgo de los tiempos y no eventos pasajeros.  Son guerras que duran más que las guerras mundiales y que tienen millones de muertos pero que no generan un cambio tecnológico significativo como para sacar a Estados Unidos de su trayectoria declinante de crecimiento.  El futuro tecnológico está comprometido con el transporte y la telemática para hacer dicho transporte más cómodo y eficiente en términos de energía.  La competencia por esto en la forma de vehículos eléctricos o a hidrogeno, sin chofer, es posible, siempre y cuando el control de la tecnología de redes 5G esté en las mismas manos occidentales que los vehículos.  La competencia parece estar inclinada a favor de China y eso ha motivado una guerra comercial costosa para Estados Unidos, cuyo déficit externo ha crecido en este año pasado.  El proteccionismo va acompañando las migraciones indeseadas mientras Estados Unidos busca colocar a la economía en declive en una posición de líder mundial, sin éxito en ninguno de los campos.  Su déficit externo es mayor y su desprestigio aumenta.[11]

Las guerras ocurren en espacios donde hay petróleo y gas, lo que indica que no está echada la suerte de los combustibles fósiles todavía a pesar de los efectos adversos que tienen.  La guerra comercial con China no se inició el año 2018, ni tampoco la competencia por la red 5G.  La resistencia a la migración tampoco es un fenómeno reciente.  Lo que está pasando es que se vienen acentuando las tendencias y las radicalizaciones de derecha se van fortaleciendo conforme éstas se agudizan.  Zizek[12] nos dice que cuando hay frustración política en la izquierda, esa población vira hacia el extremo de la derecha en búsqueda de respuestas reales.  Eso es lo que está pasando.  En medio de esto, el crecimiento tanto de Europa como de Estados Unidos está más debilitado que antes.  Los países orientales sentirán también el efecto de la desaceleración occidental, pero en un horizonte cinco veces más alto de crecimiento del PIB que Occidente (1.4% vs 6.4%).  América Latina va a tener que escoger bien con quién comerciar y cómo desarrollarse porque los modelos pensados en mercados próximos están, por el momento, terminados sin una transformación productiva, que por ahora no está a la vista.


Oscar Ugarteche, es investigador titular del Instituto de Investigaciones Económicas UNAM SNI/CONACYT, y coordinador del proyecto OBELA.

Lea más en la Revista América Latina en Movimiento, No. 540, marzo 2019: 



[1] Datos básicos tomados de https://www.britannica.com/list/8-deadliest-wars-of-the-21st-century y elaborados con información complementaria de internet.
[9] Alan Freeman, “The sixty-year downward trend of economic growth in the industrialised countries of the world”, GERG working paper No.1, 2019, University of Manitoba.
[10] The impact of the 2018 trade war on U.S. prices and welfare, Mary Amiti, Stephen J. Redding and David E. Weinstein, Discussion Paper DP13564, Published 02 March 2019, Centre for Economic Policy Research, London.
[11] - “Donald Trump won little applause during Munich Security Conference — and Ivanka wasn’t too pleased” https://bit.ly/2HdtW9R.  “UN members laugh at Trump after claim his administration has 'accomplished more than almost any in US history” https://ind.pn/2O70tSf.  “Trump's North Korea summit failed because he doesn't understand what Kim Jong Un really wants” https://nbcnews.to/2H91lmn.
[12] Slavoj Žižek, Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismoTraducción de Damià Alou. Editorial Anagrama. Barcelona



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Huawei y la guerra comercial EEUU–China

Artículo publicado en la edición 540 (marzo) de la Revista América Latina en Movimiento:
Nuevas pistas de la economía mundial

ALAI AMLATINA

 

La guerra comercial

 

Donald Trump inició, en enero de 2018, la guerra comercial más grande en la historia del capitalismo.  En su campaña, el entonces candidato acusó a la economía china de sostener prácticas desleales y un comercio injusto con EEUU, y prometió que impondría “America first” en todos sus acuerdos comerciales.  Fue a partir de elevaciones arancelarias discrecionales, primero a lavadoras (20%) y paneles solares (15%), dos meses después a acero (25%) y aluminio (10%), que se lanzó a la difícil guerra arancelaria contra China con decretos presidenciales.

Desde entonces, entre abril de 2018 y febrero de 2019, a través de cuatro rondas de alzas arancelarias entre ambos países, se ha gravado un acumulado de 113 mil millones de dólares a 6,213 productos chinos y 250 mil millones de dólares a 6,843 productos estadounidenses.  El 1 de diciembre de 2018, en la reunión del G20, los presidentes Xi Jinping y Donald Trump acordaron una tregua a los incrementos arancelarios durante un plazo de 90 días en el que se buscarían resolver las diferencias.  En lo que va de la guerra comercial, el más afectado ha sido EEUU, pues en lugar de disminuir su déficit comercial éste ha aumentado[1] y el incremento de los aranceles ha sido, en realidad, absorbido por los consumidores intermedios y finales estadounidenses, que han pagado 4.4 mil millones de dólares al mes en 2018.[2]  De otro lado el aumento en los costos de producción está afectando la rentabilidad de las empresas y la trayectoria de las bolsas de valores.[3]  Algunos ejemplos son: Caterpillar, Coca Cola, principal consumidor de aluminio del mundo, y Eastman Chemicals, Fiat, Ford, General Motors, y General Electric cuya performance en las bolsas de valores es declinante.

Desde un inicio, la posibilidad real de un acuerdo comercial era muy baja y difícil de alcanzar.  EEUU no pide incrementos en las importaciones chinas de productos agrícolas y regulaciones formales del mercado de tecnología y derechos de autor, sino profundas transformaciones en la política industrial y desarrollo tecnológico, así como estrictas restricciones en las transferencias de tecnología y propiedad intelectual.  A cambio, EEUU no ofrece a China ninguna preferencia o tratado de libre comercio, sino sólo el cese de aumentos arancelarios.  De esta manera, la decisión de la economía asiática es casi obvia: se venció el plazo, como pasó el 1 de marzo, y no se llegó a ningún acuerdo.

¿Qué busca, en realidad, EEUU?

 

La economía estadounidense arrastra, desde la década de los sesenta, una tendencia a la baja en el ritmo del crecimiento de su economía.  La última vez que creció a más del 6% fue en 1984 y no logró sostener ese ritmo siquiera un año.  A partir de la liberalización de los mercados, en 1980, su PIB per cápita creció 1.61% en promedio anual y sólo 0.6% desde la crisis de 2007 (ver gráfico).  EEUU ha sostenido, desde 1980, un saldo comercial crecientemente deficitario.  Apoyadas sobre la desregulación de los mercados, la apertura comercial y el desarrollo de las finanzas internacionales, las empresas transnacionales estadounidenses extendieron una red global de encadenamiento productivo que concluye en EEUU y conformaron una dinámica interna de sobreconsumo que importa más de lo que exporta y puede realmente consumir.

Esta dinámica deslocalizó la producción estadounidense hacia países con mayores niveles de productividad y menores costos, generó un aparato interno industrial/productivo menos competitivo y provocó una caída sostenida en la productividad del trabajo manufacturero.  De manera contraria, China, mediante su política de apertura comercial planificada y el establecimiento de zonas francas industriales, desde 1980, atrajo esas cadenas productivas manufactureras hacia sus costas y promovió su integración al mercado mundial desde la esfera de la producción industrial con capital estadounidense, esencialmente, pero también europeo.

De este modo, con una economía planificada y política industrial desarrollista, la economía china ha sostenido un ritmo de crecimiento promedio del PIB per cápita, entre 1980 y 2017, del 8.6%.  La atracción de cadenas productivas globales le permitió desarrollar un aparato industrial avanzado y, mediante la inversión extranjera directa, la importación de tecnología y la ingeniería de reversa implementadas en las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología, incorporarse a la carrera tecnológica y el desarrollo de fuerzas productivas de vanguardia.  El desarrollo de esta dinámica de industrialización y tecnificación ha llegado a un nivel tal que, actualmente, China representa en 2018 una potencia tecnológica indiscutible.

El caso Huawei

 

El conflicto de EEUU contra Huawei permite observar, desde una dimensión particular, la situación de desesperación que enfrenta la economía estadounidense frente a su pérdida de liderazgo.  Desde 2012, Huawei Technologies Co. Ltd y Zhongxing Telecommunication Equipment Corp. (ZTE) han estado bajo constantes agresiones por parte del gobierno de EEUU.  En un reporte especial publicado ese año por el Departamento de Seguridad Nacional,[4] tituladoProblemas planteados por las compañías de telecomunicación Huawei y ZTE, se identificó una supuesta amenaza a la seguridad nacional por las vulnerabilidades en la cadena de producción de telecomunicaciones.  Desde entonces, se recomendó que EEUU “debe ver con sospecha la penetración continua del mercado de telecomunicaciones por parte de las compañías de telecomunicaciones chinas” y que “las entidades del sector privado en los Estados Unidos consideren los riesgos de seguridad a largo plazo asociados con hacer negocios con ZTE o Huawei para equipos o servicios”.

Este ha sido el motivo por el cual el gobierno de EEUU, desde la administración de Barack Obama, convirtió la batalla técnica de las telecomunicaciones en un tema de seguridad nacional y, sobre esto, ha perseguido a las empresas y gobierno chinos.  Las dos empresas citadas estuvieron desde entonces bajo investigación por el Departamento de Estado, sin embargo, la cuestión se complicó con el arribo del Presidente Trump al ejecutivo, pues las cuestiones que antes eran resultas en un nivel diplomático a través de las instituciones legales (incluso multilaterales) cayeron en el unilateralismo del mandatario.  En lugar de enfrentar el problema estructural, económico y tecnológico que aqueja a la economía estadounidense a partir del desarrollo de su tecnología, el fomento de la producción interna, el aumento de la productividad y el incremento de la competitividad en el mercado mundial, la actual administración decidió que la mejor ruta era hostigar al país, militar y económicamente, minar el ritmo de crecimiento chino, y bloquear su comercio.

El 1 de diciembre de 2018, el mismo día que acordó la tregua comercial en Buenos Aires, detuvo la policía canadiense a Sabrina Meng, la CFO de Huawei e hija de su fundador Ren Zhengfei, a solicitud del gobierno estadounidense, con la acusación de encubrir una supuesta violación de la empresa a las sanciones estadounidenses contra Irán.  Huawei es, según el último reporte de Worldwide Telecom Equipment Market 2018, la empresa de telecomunicaciones más importante del mundo, tanto por la red de producción y abastecimiento de productos intermedios, como por el desarrollo de la nueva generación de telecomunicación inalámbrica y su infraestructura.  La competidora más cercana es ZTE, otra empresa china, con participación del Estado, también investigada y bloqueada por EEUU.

La realidad de la trama Huawei es el lanzamiento, desde agosto de 2018, de la red inalámbrica 5G.  La red 5G corresponde a una nueva generación de internet, de conectividad de los objetos y de telecomunicaciones.  Su implementación permite una conectividad 100 veces mayor, de 20Gb/s (la conectividad máxima de la anterior 4G es 125Mb/s) y disminuye la latencia (tiempo de comunicación) de 50 a 1 milésima de segundo, lo cual permite resolver muchos de los límites que enfrentan el internet de las cosas, la conectividad remota y la autonomización de los objetos.  Este desarrollo tecnológico corresponde a la última generación de telecomunicaciones inalámbrica, una red que AT&T y Verizon trataron de lanzar con anticipación, sin ningún éxito, en EEUU.  La reacción en Estados Unidos ha sido lanzar como 5G a un 4G plus.  Aunque es cierto que el potencial de la red 5G no se podrá optimizar sin la combinación y desarrollo de fuerzas productivas y tecnologías adecuadas, lo cual tardará varios años, el brinco técnico que representa permite una nueva dimensión de producción, circulación y consumo de las telecomunicaciones y del internet de las cosas, en general.  La red 5G conformará un nuevo paradigma tecnológico.  Incluso con la base técnica que existe ahora, las posibilidades inmediatas que ha generado permiten transformaciones productivas, consuntivas, comerciales, militares, cívicas, etc.  Por ejemplo los mercados de valores que operen sobre una plataforma 5G operarán cien veces más rápido que las que estén en 4G, lo que significa mucho dinero en esos mercados.

El desarrollo y control de la 5G representa, de este modo, la dirección y control de este nuevo paradigma.  Para EEUU, el hecho de que fuera China quién la desarrollara primero y la lanzara al mercado mundial no sólo implica la dependencia comercial de esta nueva matriz tecnológica, sino manifiesta el derrocamiento de la vanguardia tecnológica.  De ninguna manera va a aceptar la superación tecnológica y productiva de la economía china y el atraso en materia de telecomunicaciones.  Esto sería aceptar la pérdida de hegemonía y liderazgo en general, lo que es imposible.

Por esta razón, antes de la detención de Meng, el gobierno americano envió misiones a Australia y Nueva Zelandia[5], primero, y a Gran Bretaña, Alemania y Bélgica, luego, para sabotear la venta de esos productos aduciendo que eran peligrosos para la seguridad de Occidente.  Luego vino que paralelo a la detención de Meng, EEUU inició un proceso judicial contra la Huawei y ordenó otro bloqueo comercial a las importaciones de productos, partes y piezas de 5G.  Lo paradójico es cómo, del mismo modo como ha procedido con la guerra comercial en general, para atender un problema estructural interno, las medidas contra la corporación china, en particular, avanzarán por la única vía que pueden: el bloqueo comercial.  Mientras tanto, ya hay 40 países que se están adaptando para comprar la red 5G.[6]

Perspectivas de la guerra

 

El actual escenario económico internacional ha comenzado a mostrar, a partir de la guerra comercial iniciada en 2018, la situación real de los actores que disputan la hegemonía mundial.  La larga crisis que aqueja estructuralmente a la economía estadounidense, con déficit en balanzas comerciales y de pagos crecientes, poco crecimiento, baja productividad y una profunda crisis política, no se parece en nada a la estimada des-aceleración del 6.2% del crecimiento anual de la economía china para 2019.  Si bien una guerra comercial no beneficia a nadie, China es la menos afectada.

En el centro de la guerra comercial no están el déficit estadounidense y el comercio desleal chino, sino la batalla tecnológica en el desarrollo de grados superiores de las fuerzas productivas.  Si bien es cierto que esta batalla no se expresa únicamente en el desarrollo de la 5G, sino que aparece en el desarrollo de transportes autónomos, la transformación de la matriz energética, la ingeniería genética, la biotecnología, etc., y se puede afirmar que la red 5G representa un eje fundamental de esto.  Similar a las sucesivas alzas arancelarias a las importaciones chinas, el bloqueo tecnológico, que muy posiblemente levante EEUU contra Huawei, conducirá irremediablemente a las mismas conclusiones dentro de Estados Unidos: 1) encarecimiento de los productos de consumo interno, 2) baja en la productividad por elevación de costos de partes y piezas de importación, 3) incremento del déficit comercial y pérdida de competitividad en el mercado mundial, y 4) reforzamiento de la pérdida de competitividad frente a la economía china;  5) los mercados financieros de Nueva York perderán competitividad porque no tendrán la velocidad que sí tendrán sus contrapartes en Asia y Europa.  Las protecciones tardías no salvan la competitividad.

La posibilidad de un eventual acuerdo comercial entre EEUU y China, dadas las condiciones actuales, es muy baja.  La cuestión central es, entonces, cuánto puede aguantar EEUU, con el déficit comercial más alto del mundo, una guerra comercial con el exportador más importante.  Por lo pronto, las empresas estadounidenses han iniciado una relocalización de sus cadenas de producción: Apple ha reubicado a Foxconn, una empresa clave, fuera de China, y Huawei ha retornado la producción nacional a empresas suyas que se encontraban en el exterior, incluso en EEUU.  Para el resto del mundo es diferente, el problema será hasta dónde puede afectar el mercado mundial si el conflicto comercial entre EEUU y China se mantiene y recrudeciera, especialmente en cuestiones de comercio tecnológico.


Armando Negrete es técnico académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, México, miembro del OBELA.  Economista, doctorante de Estudios Latinoamericanos. 



[1] James Politi in Washington and Matthew Rocco “Blow to Trump as US trade deficit hits 10-year high”, FT, March 06, 2019, https://www.ft.com/content/93faa9b2-4012-11e9-b896-fe36ec32aece
[3] Scott Lincicome, Cato Institute, “Here Are 202 Companies Hurt by Trump’s Tariffs” https://www.cato.org/publications/commentary/here-are-202-companies-hurt-trumps-tariffs
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